lunes, 14 de octubre de 2013

Entre Todos, o el espectáculo de la caridad

Entre Todos (TVE)

La caridad en sí tiene algo de impúdica y exhibicionista. Un acto de desigualdad que exige llegar a una cierta sumisión frente al otro. La generosidad acaba suponiendo, a cambio de lo que se ha entregado, una pérdida para el que pide.

Cuando el acto de caridad se convierte además en el elemento central de un espectáculo televisivo, como el programa de TVE Entre Todos, la carga de indignidad se multiplica por la exhibición pública y masiva de la miseria privada y, a continuación, por la rentabilización en audiencia de los sucesivos actos de piedad de las personas que, en la mayor parte de los casos movidas por el mejor de los sentimientos de que son capaces, llaman en directo al programa para entregar las cantidades de dinero de que pueden prescindir.

Alba, de siete años, padece parálisis cerebral y necesita una silla elevadora porque vive en un 2º piso sin ascensor. Tragó meconio al nacer y sufrió una parada cardio respiratoria. Su madre, Teresa, está en paro y no puede costear la silla. La abuela de la niña, Concha, no tiene fuerza para cargar a su nieta en brazos. Con la silla elevadora, podría recoger a su nieta del cole y luego la subiría a casa. La madre de Alba no puede volver a trabajar si no consigue la silla elevadora.

Inmaculada y José Miguel necesitan ayuda para curar la mandíbula desviada de su hija. La pequeña Nuria se atraganta al comer y tuvieron que llevarla al psiquiatra porque dejó de alimentarse por miedo a atragantarse. Un tratamiento dental mejoraría las migrañas que padece su hija pero no tienen ningún ingreso y no pueden pagar el tratamiento dental.

Mari acude a 'Entre todos' porque necesita ayuda para alimentar a sus hijas y comprarles el material escolar. Tras vivir durante 11 años en una infravivienda; hace un año les dieron una casa de protección oficial, pero no pueden pagar el alquiler y están a punto de perderla. Sus hijas están destrozadas ante la idea de volver a vivir en una casa en condiciones insalubres.

Tragedias privadas que se airean como reclamo publicitario con el doble objeto de conmover y mover a la caridad y aumentar los telespectadores.

Minutos diarios de televisión pública dedicados al fomento de la caridad como valor social.

El propio título del programa tendenciosamente escogido en función de uno de los eslogans del gobierno actual, con la evidente intención de llenar de contenido fáctico concreto una expresión que en su momento hacía entrever otros derroteros sociopolíticos.

Se hacía y se sigue haciendo hincapié en que la salida de la crisis se alcanza “entre todos”: un discurso de unidad que ha sido insistentemente explotado por representantes políticos y de los poderes económicos de todo color y tendencia.

El programa llena el espacio vacío que alienta esas palabras y lo que se suponía hacía referencia al conjunto se materializa en un simulacro de solidaridad entre desfavorecidos. La miseria se convierte en fiesta de una caridad cristiana actualizada por los aplausos entusiastas del público que llena el plató cada tarde. El espectáculo televisivo sustituye a la cooperación y nos lleva a otras preguntas aún más complejas e incluso tristes: Las mismas personas que acuden a ayudar a través del programa, ¿lo habrían hecho sin la participación del “show” mediático? ¿Hasta dónde influye el medio en la respuesta de la gente? ¿La visibilidad amplificada del benefactor incentiva la generosidad?

Entre Todos es un aliviadero: la ilusión de la cooperación social como consuelo. Fugaces y falaces instantes de unión con los que nos rodean para paliar la disgregación del tejido social que la crisis ha traído consigo.  

Esta mas(s)ificación de la caridad supone el reconocimiento implícito del fracaso del modelo socialdemócrata. El Estado abandona parte de sus funciones en manos de instituciones privadas o, como en este caso, en manos de la rentabilidad de una cadena que, además, es pública.

La protección social agoniza en favor del regreso del viejo modelo de miseria generalizada que encuentra en la caridad un sistema de clientelismo y dependencia institucionalizados.

El reparto de lo colectivo se sustituye por el de las sobras de lo privado.

Habíamos olvidado que la socialdemocracia no es más que otra forma de Capitalismo, la única que se halló viable tras el Crash del 29.

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