Lecturas


(Advertencia previa: que nadie busque en este blog a un crítico literario. En este espacio sólo se habla acerca de las experiencias que uno tiene como lector. En castellano y en la red, existen otros blogs dedicados a esa labor crítica, algunos de ellos mucho más que recomendables, como los que aparecen linkeados en la columna de la derecha)


Magma, de Lars Iyer.

Por mucho que afirmen lo contrario, no hay nada más anacrónico (ni menos realista, en el fondo) que una novela escrita conforme a esquemas compositivos ajenos a la realidad que nos conforma. Lukács hablaba de una especie de gemelo caricaturesco de la novela -la novela de entretenimiento- fruto del anquilosamiento de fórmulas obsoletas pero aún operativas editorialmente. No preveía aún el auge último de la Industrial Cultural y su capacidad para fosilizar la creación literaria hasta el extremo de que se ha producido una inversión completa de la situación: ese gemelo buffonesco se ha convertido en la regla, de la que la épica definida en su Teoría de la Novela ya no es más que un residuo.

La mayor parte de lo que se publica no abandona la clásica estructura aristotélica, las secuencias de Propp o, en el mejor de los casos, una nueva y reiterativa aplicación de los procedimientos de la novela de principios de siglo (ya en su día reutilizados, seguramente con acierto general, por la (mal) denominada novela experimental). Puro manierismo. Venta de experiencias al por mayor, en paquetes estandarizados y accesibles a una especie de lector medio que no se diferencia en nada del espectador medio de la industria cinematográfica, por mucho que el más pretencioso de los representantes de ese lector estándar se crea mejor que el resto cuando sale extasiado de una sala de cine tras haber visto (en versión original subtitulada) el último éxito del “cine independiente”. Esto explica la crisis que ambos sectores están padeciendo: la venta en masa de experiencias requiere de una ingente cantidad de consumidores económicamente acomodados que hasta ahora se identificaban con la antaño omnipresente clase media, hoy en completa desaparición. Me pregunto qué sucederá con todo este negocio si las economías siguen por el actual camino...
Magma -Spurius en la versión original- nos propone algo distinto. Es una divagación aparentemente desestructurada. Quizás un falso diálogo que no va a ninguna parte, que se cierra sobre sí mismo, sobre su vacío, mientras no nos exijamos hacer el esfuerzo de leer con más detenimiento. Surgen entonces ciertos elementos que sirven para articular la obra y para darle sentido, coherencia y significado.
El primero de ellos consiste en que los personajes pivotan sobre tres imágenes concretas: la descripción de la fotografía en la que aparecen Levinas y Blanchot; la de la fotografía de Kafka y Max Brod; y la propia descripción que hacen de ellos mismos (o, más bien, que W. hace de ambos). En los tres casos lo que les importa es el aspecto físico: uno es alto y delgado; el otro, bajo y gordo. Diferenciarse físicamente de Lars no sólo es una de las las obsesiones de W., es también uno de los hilos conductores de la obra: la predominante voz de W., reproducida por Lars, insistiendo de diferentes maneras en aquello que los hace diferentes (y que es una completa nimiedad). El Gordo y el Flaco; Don Quijote y Sancho Panza. Es inevitable tomar esta obra como referente, en especial si consideramos que el relato de los fragmentos de viajes que ambos realizan ocupa buena parte de la novela y no pasa de consistir en unas cuantas anécdotas carentes de sentido; hábiles reducciones de la vertiente absurda de los episodios quijotescos.
Un segundo elemento estructurante es el de la humedad que carcome la vivienda de Lars y que, a medida que avanza la obra, va apropiándose del espacio progresiva e inevitablemente. Estos breves fragmentos funcionan como puntos de amarre en medio de la digresión constante que compone la novela y como medio para introducir en la obra alguna forma de temporalidad. Por momentos, este leitmotiv de la humedad recuerda a la invasión paulatina y entrópica de Casa Tomada, de Cortázar, pero, en lugar de una especie de “otros” indefinibles y masivos, aparece un elemento conocido y concreto, pero misterioso. Una presencia viva y en crecimiento que va diluyendo los materiales en los que habita y que invade los pulmones de Lars, como el nenúfar que germina en el interior de Chloé (La espuma de los días, de Boris Vian). Ambas asociaciones se refuerzan por lo absurdo de la conversación entre Lars y W., y por la resignación con la que Lars afronta el problema.
Y, finalmente, lo absurdo es, también, el tercer elemento sobre el que se apoya Magma.
Por un lado, a través del tema recurrente del líder espiritual y del surgimiento de una idea importante o significativa. Una y otra vez su conversación gira entorno a estos dos elementos, como si se tratase más bien de una espera. Ambos aguardan a que aparezca ese personaje que los guíe y que dé sentido a sus vidas, o a que surja en sus mentes alguna idea realmente relevante que justifique su existencia. Esperan a Godot
Y, por otro lado, aunque su relación con el mundo académico recuerda de alguna manera a los delirantes personajes de Flaubert, Bouvard y Pécuchet, Lars y W. son conscientes de su mediocridad y su estupidez. No se consideran capaces de nada importante, sino que aguardan a que algo externo les de aquello que les falta, especialmente al propio Lars, quien, según W., es aún peor que él.
O en realidad no lo es, porque, cuando W. mantiene que, en la comparación con la pareja Kafka/Brod, ninguno de los dos es Kafka, sino que ambos son Brod; cuando insiste en lo que les diferencia físicamente; y cuando, como una obsesión o un recordatorio, Lars cita las palabras en las que W. le humilla y le desprecia, ambos acaban por fusionarse, por desaparecer como dúo y surgir en forma de desdoblamiento: W. parece entonces el doble simbólico de Lars, su Alter Ego, el reverso de sí mismo que utiliza como instrumento de autocastigo. Las palabras de ambos se entremezclan de tal manera que, al menos verbalmente, son indiferenciables.
En este punto, surge la duda sobre si esta novela aparentemente absurda, insustancial e informe no será en realidad una obra perfectamente construida sobre elementos no convencionales, llena de referencias no tan evidentes y que regresa, de una forma particular, al tema del doble, del otro que es a la vez uno mismo o su reverso -tenebroso o no-.
En tal caso, todo lo dicho ya no serviría más que como análisis de una apariencia, y las verdaderas referencias ocultas en Magma serían otras (Jekyll y Hyde, Frankenstein, Los elixires del diablo, Auto de fe...).
Quizás las dos siguientes partes de la trilogía nos lo aclaren...
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Raymond Queneau y su rebelde Ícaro:

(El vuelo de Ícaro, Raymond Queneau, Marbot ediciones)


El vuelo de Ícaro arranca con la desaparición del personaje principal de la novela que está escribiendo el protagonista de la obra de Queneau. Protagonista del protagonista. Fugado del laberinto verbal en la que estaba encerrado. Sometido a las imposiciones de su nombre. Actualizado por los medios de transporte que tanta fascinación le producen. No podría ser de otra forma. Ícaro es un exiliado de la patria que su autor estaba construyendo para él a medida que escribía la obra que le daba vida. Ha huido de su autor. Justo lo contrario que los desvalidos personajes de Pirandello (Seis personajes en busca de autor), que penan por la falta de un hacedor que le de sentido a sus vidas, que los guíe y encuentre un significado a lo que sucede en escena. No hay significados. Los personajes han sido abandonados a sí mismos y este abandono representa (en escena) la ausencia de toda revelación de sentido. No hay nada más que este vacío constitutivo de los sucesos; nada más que las acciones de unos personajes sin otra guía que ellos mismos.

¿Qué sentido tiene nacer personaje? Qué condición es la de quien sólo existe para representar un papel sobre un escenario o en el interior de unas páginas, encerrado en el bucle de enfrentarse a los mismos hechos en cada puesta en escena o en cada lectura, con el único anémico aliciente de las pequeñas variantes de interpretación. El despertador que introduce a Bill Murray cada mañana en el mismo día. Las disputas, que se han vuelto eternas, entre Unamuno y sus personajes de Niebla, la novela nivola. Un autor dictatorial y cruel que discute a cada paso con sus creaciones, que los amenaza y presiona. Un hacedor de Antiguo Testamento, pero que se descubre absurdo e incomprensible. Asombroso que Unamuno haya escrito algo semejante. Él, que en la novela deja que uno de sus personajes le diga que, también a él, Dios dejará de soñarlo y morirá, de la misma forma que le impide a él, el personaje, ser, salir de Niebla (¿de la niebla?) y vivir; sentirse, tocarse, dejar de ser un ente de ficción. Ambos morirán, porque también usted, Unamuno, le dice Augusto, y todos los lectores de Niebla son entes de ficción. 
El vuelo de Ícaro es el reverso de Ejercicios de estilo. Lo anecdótico de la historia visto desde el punto de vista del personaje, que se niega a no ser más que un instrumento al servicio del autor. Una refutación de la teoría literaria que el propio Queneau defiende en los Ejercicios…, donde la perspectiva es externa a las palabras: sucesos y personajes son meros elementos combinatorios que facilitan la multiplicación de variantes. Al autor le interesan los materiales sígnicos con los que trabaja; agotar todas las posibilidades lingüísticas con que se puede narrar hasta lo más trivial. Desde el interior del texto, Ícaro se revela contra semejante insensibilidad y reclama su existencia autónoma irreductible a la pericia verbal del autor. Frente a la infinitud de variaciones, muestra los límites de la literatura, hasta el extremo en que son los autores los que, corrigiendo a Pirandello, penan tras los pasos de sus personajes y solicitan su vuelta. La búsqueda de sentido no es la del personaje sin autor, abandonado a su propio destino de ficción, sino la del autor que pierde a sus personajes y con ellos la lógica de su propia existencia.
Estamos frente a un híbrido, a medio camino entre la novela, la obra teatral y la reflexión literaria, muy propio del programa de Oulipo, más allá de los juegos verbales o incluso del principio de coerción, porque, en el fondo, la premisa fundamental era la potencialidad (“Taller de literatura potencial”), la creación de nuevas formas y estructuras literarias que otros autores pudiesen posteriormente reciclar y reutilizar a su antojo. La obra de Queneau parece también un reciclaje combinado de la novela de Unamuno y la obra teatral de Pirandello: mitad lo uno y lo otro; autores que disputan y negocian con sus personajes; entes de ficción que desean tener una existencia autónoma y se revelan contra su condición ficticia; escritores que salen a buscar a sus creaciones huidas… Los entresijos de la realidad expuestos por medio del absurdo.
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X, de Percival Everett.

Aviso previo:
He compuesto esta lectura mediante el ensamblaje de citas y fragmentos ajenos unidos por unas pocas frases-pegamento propias: homenaje implícito a la forma fragmentaria y en constante metamorfosis en que la obra está escrita. Aunque:
“Yo no lo veo como fragmentos sino como piezas completas; piensa en las obras de Heráclito: no creo que las haya concebido como fragmentos, simplemente así era como quería dárnoslas.” (Percival Everett. En Revista Quimera núm. 334, septiembre de 2011)
Percival Everett… es un novelista raro. Basta echar un vistazo a algunas de sus novelas para ratificar esta impresión: en Walk Me to the Distance (1985) el protagonista regresa de Vietnam para buscar al hijo retardado de un pastor de ovejas con una sola pierna en un pueblo llamado Slut’s Whole. Eso es raro. For Her Dark Skin (1990) es una reescritura de Medea de Eurípides. Eso también lo es. En God’s Country (1994), una parodia de las novelas de vaqueros, uno de los personajes es un George Armstrong Custer travestido… Ninguno de estos títulos está traducido al español; de hecho, Everett estaba inédito en nuestro idioma hasta que Blackie Books publicó este año X, la muy buena traducción de Marta Alcaraz Burgueño de Erasure (2001)” (Patricio Pron, entrevista a Percival Everett. En Revista Quimera núm. 334, septiembre de 2011)
El protagonista de X –más que posible alter ego del autor- es Thelonious Ellison,
“un escritor negro cuyos libros (que recuerdan ligeramente al Nouveau Roman francés y a la narrativa posmoderna norteamericana) no son considerados “lo bastante negros” por críticos y editores…” (Patricio Pron, entrevista a Percival Everett. En Revista Quimera núm. 334, septiembre de 2011).

“Algunas personas que viven en la sociedad en que yo vivo y a las que se describe como negras me dicen que yo no soy lo bastante negro. Algunas personas a las que la sociedad califica de blancas me dicen lo mismo. Lo han dicho de mis novelas editores que las han rechazado y críticos a quienes, según parece, he dejado perplejos, y también lo oí en un par de ocasiones en una cancha de baloncesto cuando, al errar un tiro, mascullé: <<¡Recórcholis!>>. De un crítico:

En la novela, hábilmente construida, encontramos personajes bien desarrollados, gran riqueza de lenguaje y un sutil juego argumental, pero a uno le resulta imposible comprender qué relación guarda esta reelaboración de Los persas de Esquilo con la experiencia afroamericana.” (X, de Percival Everatt, Editorial Blackie Books, pág. 4)

“¿quién va a querer leer este rollo? Es demasiado compleja para el mercado. Y otra cosa: ¿para quién escribe este Tipo? ¿Vive en una caverna perdida o qué? ¿Una novela en la que Aristófanes y Eurípides asesinan a un dramaturgo más joven y talentoso y luego contemplan la muerte de la metafísica? Venga ya.” (X, de Percival Everatt, Editorial Blackie Books, pág. 60)

“Por otra parte, la anécdota, que cuento en X, de una fiesta en Nueva York a la que asistí… y en la que se me acercó un editor blanco que acababa de rechazar una novela mía sobre Dionisos y me preguntó qué tenía que ver eso con ser negro, esa anécdota es real… Yo le respondí que lo tenía que ver todo.” (Percival Everett. En Revista Quimera núm. 334, septiembre de 2011)

“Más bien creo que es pereza, pereza por parte del público y temor a que sus expectativas se vean defraudadas: los lectores desean que aquello que están leyendo les resulte cómodo, que retrate el mundo tal como ellos lo conocen, de manera que el mundo siga siendo para ellos un lugar seguro. Lo gracioso de todo esto es que, con esta operación, el estereotipo se convierte en la medida de lo auténtico…” (Percival Everett. En Revista Quimera núm. 334, septiembre de 2011)
En un momento dado, Thelonious, oculto tras un pseudónimo, decide crear una novela ridícula pero perfectamente integrada en ese estereotipo,
Porculo, la magnífica novela de Stagg R. Leigh. Naturalmente, Stagg R. Leigh no existe, pero tampoco existe Thelonious Ellison, el autor que se esconde tras ese pseudónimo…” (Patricio Pron, entrevista a Percival Everett. En Revista Quimera núm. 334, septiembre de 2011)
Porculo es una reescritura paródica de la novela Push de Sapphire (1996)…” (Patricio Pron, entrevista a Percival Everett. En Revista Quimera núm. 334, septiembre de 2011)
Curiosamente, algunas de la críticas al libro de Everett se basan en afirmar que Porculo no es tan mala como el autor pretende. Le acusan de que la parodia no es tal. La obra está bien construida, los personajes bien caracterizados, etc. Supongo que a Everett debe parecerle fascinante que críticos que se supone autorizados confundan una sucesión desordenada y sinsentido de acontecimientos mal hilvanados con una trama bien construida; o unas caricaturas grotescas hasta el ridículo con personajes bien caracterizados
“Piensa en el lenguaje de la novela dentro de la novela, que el editor de Thelonious Ellison (y muchos lectores) consideran “auténtico”. Ese lenguje no existe: para crearlo estuve horas y horas mirando unos horribles talk shows en la televisión que utilizan unas ciertas cadencias y ciertas muletillas que supuestamente son las que emplean los negros para hablar, pero que es un lenguaje completamente inventado, que es lo que yo quería reflejar en la novela. A pesar de ello, la gente estaba convencida de que ese lenguaje tan coloquial sí existía, e incluso estaba asombrada de que yo supiera hablarlo. “Por supuesto”, respondía, “cómo no voy a saber hablarlo si me lo he inventado yo.” (Percival Everett. En Revista Quimera núm. 334, septiembre de 2011)
Bajo el lenguaje sencillo que Everett utiliza, se oculta una compleja reflexión acerca de la incomunicación y la imposibilidad de entendimiento real con el “otro”. La crítica al mundo literario sólo es el eje que coordina el resto de tramas asociadas por esta idea central. “Cualquiera que hable con alguien de su familia sabrá que compartir un idioma no implica compartir las reglas que rigen su uso. Digamos lo que digamos, lo que en realidad queremos decir es otra cosa.” (X, de Percival Everett, Editorial Blackie Books, pág. 48). El aislamiento de su hermano, la situación de su madre, la muerte de su hermana a manos de los antiabortistas, sus relaciones con las mujeres con las que mantiene algún tipo de contacto, etc. hablan sobre lo mismo que la trama que rodea Porculo: la incapacidad para comprendernos los unos a los otros, y sus consecuencias: la vida como delirio (quizás desde este punto de vista Porculo sí sea, paradójicamente, una buena novela…).

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Where is Gaddis?

A propósito de Gótico carpintero y Ágape se paga (editorial Sexto Piso).

Al propio William Gaddis le eran ajenas las polémicas acerca de lo experimental o lo posmoderno. Los consideraba meros debates intelectuales, productos de la terminología académica, muchas veces más preocupada aún que los escritores por colocar su marca en el mercado. Qué motivo habría entonces para hacer una lectura de estos dos libros desde semejantes coordenadas. Deberíamos hablar quizás más de los límites; de una literatura que se mueve en los límites existentes y aprovecha para construirse las fisuras o permeabilidades que esos límites registran, o al menos registran en la mente de quien más que identificarlos los crea como primer paso del proceso de escritura. Dicho esto, y para anularlo y desdecirme y vaciarlo de sentido, la cuestión es si puede hablarse de creación alguna en la mera reproducción de un modelo preexistente. Así que Gaddis tenía razón: hemos entrado en disquisiciones estériles.
La pregunta que encabeza esta entrada no es gratuita. Aparte de aludir a la esquiva personalidad del autor (durante mucho tiempo, casi fusionada con la de Pynchon), se refiere a una de las características que unifican ambas obras: el uso de la voz en forma de monólogo como representación de la soledad y el aislamiento de los personajes. Por muchas palabras que se viertan nadie se comunica. El “otro” sigue siendo una extrañeza, un ente que resulta violentamente ajeno e incomprensible. Los diálogos no son puntos de enlace entre cada uno de ellos, sino terrenos de una aún mayor incomprensión recíproca, operaciones de distanciamiento camufladas tras su apariencia de aproximación. Las máscaras sonoras (Canetti) son tan inflexibles que impiden cualquier proceso de contaminación o trasvase. Todos los tópicos o arquetipos que, según el propio Gaddis, pretendía revisar en Gótico carpintero resultan efectivamente trasmutados, convertidos no en el fruto de unas personalidades puestas en conflicto a lo largo de la obra, sino en bloques verbales cerrados, replegados sobre sí mismos, incapaces de evolucionar o avanzar, de mostrar cambio significativo de ninguna clase. Todos estos clichés literarios (adulterio, pareja en crisis, personaje misterioso, etc.) se desmoronan al mismo ritmo que la historia y la casa (cerrada; otro cliché) que delimita físicamente su paisaje narrativo e incluso moral, como si la historia estuviese contada a partir de una doble operación o en dos niveles distintos de significado: uno, ficcional (el propio declive, o declives, que conforma la trama); y el otro, metaliterario (la inoperancia o colapso de los arquetipos utilizados).
En Ágape… la voz es en cambio única, puro monólogo lanzado a la nada del mercado literario para narrar no una historia (o hacer una historia social de la pianola en EEUU) sino el propio proceso de construcción de ese proyecto en parte fracasado. Es una especie de inventario exhibido delante del lector a quien se interpela constantemente y ante quien se expone, detrás de la recopilación sumaria de fragmentos y soportes documentales, la imposibilidad de darle sentido y convertirlo en la obra que pretendía. Se trasluce la derrota, el desbordamiento inevitable y la zozobra definitiva en un mar de posibilidades y documentación compilada a lo largo de toda una vida. Más que un canto de cisne (J. Tabbi), es el aprovechamiento de un naufragio: restos que acaban esparcidos por la costa más cercana y que se recogen y reciclan para otro uso, aunque no sea más que el de contar la historia del naufragio en sí “…porque en Estados Unidos siempre hemos aborrecido el fracaso…”.
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El valle de los avasallados
El valle de los avasallados, de Réjean Ducharme, Ediciones Doctor Domaverso, 2009.

En esta novela de Réjean Ducharme (1941, Saint-Felix-de-Valois, Québec), todo ocurre en el interior del soliloquio en el que Berenice Einberg nos sumerge e intenta narrarnos los sucesivos exilios, físicos y mentales, que irá padeciendo hasta que termine por definirse como “…agresivamente apátrida, perdidamente sin origen…”. No podemos salir de esa maraña verbal en que se envuelve y a través de la que interpreta el mundo con el que se enfrenta. Permanecemos limitados por su mirada, radicalmente subjetiva, y nos es imposible protegernos de sus delirios y alucinaciones, así que lo que nos dice son las verdades que construye según lo que necesita en cada momento (“Sólo hay de verdad lo que debo creer de verdad, lo que me es útil creer en verdad…”) o las peculiares versiones de su relación con las cosas (“Me dije: ¡No!, esta calle no me pertenece. Dado que no puedo destruirla…”). Y por medio de esta especie de ahondamiento en el interior de sus palabras, encontramos los motivos que explican el camino de destrucción que ha decidido tomar. Su voluntad casi primaria es capaz de triturar no sólo las estructuras con que pretenden acorralarla y someterla, sino también cualquier existencia ajena que le sea un estorbo o por medio de la cual se pueda imponer o sobrevivir (“Tienen un Dios como ellos [los judíos], a su imagen y semejanza, un Dios que no puede dejar de odiar, un Dios al que le rechinan los dientes tanto como su odio les hace sufrir… En misa es como en la sinagoga; todo está untado de ceniza y sangre…”).  
“Todo me devora. Cuando tengo los ojos cerrados, es por mi vientre por el que soy devorada, es en mi vientre donde me ahogo. Cuando tengo los ojos abiertos, es a través de lo que veo por lo que soy devorada, es en el vientre de lo que veo donde me asfixio. Soy devorada por el río demasiado grande, por el cielo demasiado alto, por las flores demasiado frágiles, por las mariposas demasiado tímidas, por el rostro demasiado bello de mi madre.”
Lúcida y atormentada, Berenice Einberg está atrapada en su cuerpo y su edad, límites físicos contra los que su pensamiento colisiona constantemente, y la única forma que encuentra para superar esa tensión es por medio de su voz, de su habla interna que, además de guiar sus actos, crea también su propia realidad, sus propias reglas y lógicas personales, su propio código en los lindes del sociópata dominante que es el personaje de Plop (de Rafael Pinedo, ed. Salto de Página), aunque en un co(n)texto radicalmente distinto y, por tanto, aparentemente huérfana de las excusas que podríamos querer usar para justificarlo a él (a Plop). Es una rasgo que los une. Ambos tienen la capacidad de construir su conducta y la de los demás, imponiéndose por medio de la brutalidad y el cálculo. Son intercambiables casi, como un mismo personaje desdoblado que reacciona según su entorno, y nada les impide arrasar cualquier obstáculo si eso les da una mayor existencia. Porque se ha extirpado la culpa por medio de ese odio visceral a las religiones (“Todos los dioses son de la misma raza, de una raza que se ha desarrollado dentro del mal que tiene el hombre en el alma…”) y a través de cada muerte que suma a su vida como si se alimentase de ellas: una especie de canibalismo simbólico. La muerte es su existencia, como la de Plop, y, por medio de la aniquilación y deconstrucción de toda forma de moral extraña a la lógica de su discurso, se libera de las trabas que le impedían “superarse”. “El hombre está solo y su agresividad procede de esta soledad… Aquí, la guerra ha devuelto al ser humano a sí mismo… Aquí, el ser humano, liberado, movido por la fe y la violencia, explota y se expande… El único combate con lógica es un combate contra todos”.
Y, sin saber cómo, aparentemente consciente de que estamos ahí, del otro lado de las páginas, sabe utilizar un cierto tamiz de humor y sarcasmo, que por momentos la dulcifica, para mostrarnos nuestras hipocresías. Esa crueldad que reverbera en determinados pasajes que nos sacan una poco menos que inconsciente sonrisa de complicidad nos recuerda el fondo perverso que hay en todos nosotros, aunque pretendamos obviarlo marginado entre algún pliegue de memoria desde donde, a pesar de todo, se filtra.

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