lunes, 26 de agosto de 2013

Sexo (y 5): Internet y Pornografía


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Un delirio clasificatorio. El máximo exponente de la customización del supermercado. Como en la sección de yogures, cada consumidor puede encontrar el tipo que desea en ese momento concreto, deseo sometido a la transitoriedad, al capricho temporal, a la moda. Y lo mismo sucede en casi cualquier otra sección que recorramos. Los productos se renuevan constantemente, mudan, aparecen nuevos sabores, formatos, medidas, variedades, etc. Una constante metamorfosis pensada para mantener el deseo por la novedad, el ansia por el objeto, la dinámica semiótica de la adquisición constante.

Es la herencia de General Motors: nuevos modelos de coche cada año para superar el éxito del Ford T. La previsión de que cada consumidor cambiaría de vehículo cada tres o cinco años. La telefonía móvil sigue el mismo modelo de tecnología en constante renovación. Igual que el mundo de la moda, la informática, los electrodomésticos, etc. Pocos sectores escapan a este procedimiento porque es la base sobre la que se ha sostenido nuestra sociedad.

El hiperconsumo parecía no tener límites, tampoco en el sexo. La ventaja de la pornografía es que no se ha topado con la limitación material de la mayor parte de los bienes de consumo, que ahora se hallan ante el abismo que la obsolescencia programada ha abierto bajo los cimientos de la sociedad de consumo.

Ya es patente la insostenibilidad de un sistema que presuponía la inagotabilidad de los recursos disponibles. De esta crisis se salvarán aquellos productos abstractos o indefinidamente renovables, como la industria del porno.

Miles de páginas ofrecen vídeos y fotografías pornográficas a pesar de que el falso puritanismo de los motores de búsqueda de Internet los excluyan del posicionamiento SEO, queriendo ocultar una realidad más que vergonzosa: La Red le debe la vida a la pornografía.

Fue la industria pionera en el mundo virtual. La que atrajo a miles de consumidores que requerían el avance y mejora de los nuevos servicios de Internet (conexiones, buscadores, desarrollo web): la demanda de pornografía fue y sigue siendo la primera fuente de financiación de la investigación y desarrollo de la Red. Ha sido la industria mediante la que se han explorado las posibilidades del consumo virtual y su impacto en los sistemas tradicionales: ya casi no existe el porno offline. Internet cambió las reglas. Difuminó la diferencia entre el porno profesional y el amateur. Emancipó a las estrellas. Convirtió en productor a casi cualquier persona. Ha facilitado nuevos modos de vida basados en la explotación de nuestras propias obsesiones sexuales o de nuestras habilidades o rarezas físicas.

Todo esto ha abierto el camino para rediseñar la industria cultural: editoriales, discográficas y productoras de cine tratan de evitar desesperadamente sufrir las mismas consecuencias y modificaciones que liquidaron el porno pre-virtual. Intentan proteger su modelo de negocio mientras buscan la manera de rentabilizar la comercialización a través de la Red. De momento han ralentizado los procesos de cambio. Está por ver si lograrán mantener su estatus.

Pero estar a la vanguardia de los modelos productivos, por muy democrático que pueda parecernos el nuevo escenario, tiene una consecuencia irreparable: la pornografía ya no es contracultural ni subversiva; no desafía las estructuras sociales ni afecta a su funcionamiento. Al contrario: se ha convertido en el modelo a seguir. Sostenible y renovable, es la máxima expresión de un modo de vida basado en el consumo masivo y voraz, ahora democratizado y abaratado gracias al universo virtual.

El porno ha perdido su carácter desestabilizador y se ha transformado en paradigma. Si el erotismo, además de disolvente de lo establecido, transciende la carnalidad, la pornografía ya no es otra cosa que mercancía masificada, un bien de consumo de producción Long Tail.  

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