Por
mucho que se quiera apelar a factores externos, la crisis del
periodismo a la que estamos asistiendo no se debe sino a factores
internos del propio periodismo. Males endémicos presentes desde sus
inicios y consustanciales a su propia naturaleza que, con la
aparición de un factor de desequilibrio -Internet-, han acabado por
desencadenar el lógico proceso entrópico de liquidación del medio.
La
crisis de los medios de información tradicionales no es económica,
sino de prestigio. La inviabilidad económica de su modelo de negocio
es sólo consecuencia del desprestigio sufrido. Y el propio concepto
de “modelo de negocio” aplicado al periodismo es en sí parte de
dicho desprestigio.
Con
la llegada de Internet, a la vez que se han ido abriendo alternativas
a los sistemas tradicionales para la obtención de información, se
han evidenciado, en contraste con estos nuevo recursos, aquellas
patologías que padecían los medios tradicionales:
Por
una lado, el concepto de “modelo de negocio” aplicado a unas
empresas que se pretendían garantes de la libertad, por medio de la
libertad de prensa y la libertad de expresión, fue puesto en tela de
juicio con la aparición de Internet y en especial de la Web 2.0.
¿Cómo compatibilizar el negocio con la información? La vía, todos
lo sabemos, ha
venido siendo,
la del espectáculo. Pero
con la
llegada de una herramienta que facilita la proliferación del prosumo
y de la colaboración, del testimonio presencial, etc., las prácticas
del espectáculo han sido sometidas a revisión y son hoy objeto
de una creciente
corriente crítica que las condena.
Cada
vez es más evidente para todos que las tertulias políticas son
meros shows televisivos carentes del más mínimo interés más allá
de los dudosos autorretratos que los contertulios realizan en
directo. Mera exposición de titulares sobre los que programar una
vociferación superficial y empantanada de lugares comunes.
Como ya hemos referido en este blog, los grandes periódicos (Todos ellos
sumidos en graves crisis económicas que huelga recordar), aprovechan
casi cualquier noticia para convertirla en el centro de campañas de
marketing específicas con las que llegar a un público en franca
retirada: Caso Bárcenas, EREs andaluces o los aún más lamentables
sucesos, como los casos Bretón y Asunta.
Al
ciudadano le resulta cada vez más complejo aceptar este tipo de
formatos y, si los acepta, los rebaja a la categoría de realitys o
programas del “corazón”. De hecho, no es ya extraño que se
programen, normalmente en las franjas de la mañana y de la noche,
formatos televisivos donde se combinan todos o varios de estos
formatos: programas en los que, junto a la información “rosa”,
se abren tertulias sobre sucesos y sobre política. Algo muy
indicativo de la influencia del “negocio” en la información y
que no pasa desapercibido
para un usuario que ha encontrado nuevas maneras de informarse.
Otra
patología latente en el viejo periodismo (y que está presente en su
nacimiento como poder en democracia: Bel
Ami,
de Guy de Maupassant, lo describe perfectamente) es el de la defensa
de la trinchera económico-política de cada medio. Unido a lo
anterior y con la mediación de la publicidad (uno de los soportes
económicos básicos de los medios de información, hasta
ahora),
el posicionamiento ideológico ha contribuido a esta crisis de
credibilidad que afecta al prestigio de la prensa. Cada vez
resultan más evidentes, por el contraste y la capacidad de
comparación que ofrece actualmente la Red,
los intereses económicos y políticos que se ocultan tras cada
medio.
El sesgo de las noticias, el cariz de las opiniones asociadas, etc.
son reverberaciones ya
perfectamente audibles y visibles para cada vez más ciudadanos, que
acuden a otras fuentes para conseguir una información mucho más
objetiva y contrastable.
Se
trata de un fenómeno imparable por mucho que desde los propios
medios de información se insista constantemente en lo poco fiable
que es todo lo que se cuenta en la Red
y en la cantidad de rumores que proliferan a cada instante en
Internet. Es una guerra perdida. Aún siendo cierto que la Web 2.0 ha
supuesto la generación de una cantidad enorme de ruido, de falsa
información, etc., a la vez, han surgido numerosas herramientas de
información y de verificación de esa misma información. Y cada vez
los usuarios son más conscientes de la necesidad y posibilidad de
distinguir la información real del resto.
Finalmente,
el tercer elemento que está minando la legitimidad y autoridad del
periodismo tradicional es la posibilidad de comparación que ofrece
Internet. Pero
no sólo que ahora sea
posible sacar a la luz las diferencias de perspectiva de cada viejo
medio a la hora de enfocar una noticia, sino que se ha abierto la
posibilidad de encontrar información de mucha mayor profundidad que
la habitualmente superficial que ofrece el periodismo y el periodista
como agente.
Es
una falacia que uno de los motivos de esta crisis del periodismo sea
el empobrecimiento intelectual y de capacidad de lectura de la
población. Se apela a que los consumidores ya no están ni
capacitados ni dispuestos a afrontar la lectura de un artículo
impreso que ahonde en un tema. Al contrario, lo que sucede es que en
Internet la información convive con el conocimiento compartido y el
usuario tiene la posibilidad de acceder a material mucho más
exhaustivo y preciso que la habitual banal información periodística.
Blogs,
Microblogging, Slideshare, revistas digitales, plataformas
asociativas, foros, etc. facilitan el acceso a flujos de datos y
conocimiento puestos en circulación por especialistas, y que van
mucho más allá de lo que el periodismo puede ofrecer. Todo ello en
tiempo real, a la carta, dentro del nuevo paradigma de la
conversación que rige en el 2.0 -en el que el periodismo aún no ha
sido capaz de imbuirse por completo- y con la facilidad en la mayor
parte de los casos de conocer los intereses que hay detrás de cada
uno de los documentos y materiales a los que se accede.
Nada
más lejos de la realidad que los motivos de esta crisis del
periodismo sean la
propia crisis económica en general, la pérdida de ingresos
publicitarios, la salida al mercado de periódicos gratuitos, la
competencia desleal de muchas webs piratas, las ediciones digitales
de los mismos periódicos o el descenso del nivel educativo del país
(que
supuestamente
llevaría
a la gente a leer más pero peor, lo que implicaría
que no se demandasen
artículos de calidad).
Es
evidente que la Crisis
ha afectado a todos los sectores productivos y que Internet ha
cambiado las reglas de juego, especialmente desde la irrupción de la
Web 2.0, que está empezando a absorber una gran cantidad del dinero
que las empresas destinan al marketing.
Pero
todo esto no puede ocultar que las raíces de la crisis periodística
se asientan sobre el suelo de su propia naturaleza como poder
democrático: negocio, intereses económico-políticos subyacentes e
inoperancia frente al conocimiento. Elementos
que, puestos en evidencia por la nueva realidad virtual, carcomen su
legitimidad y autoridad, y poco a poco, lo conducen hacia su
desaparición o transformación catártica.
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