No voy a dedicar esta entrada al conjunto de esta película protagoniza por Michael Fassbender; sólo
quiero referirme a tres secuencias concretas que quizás puedan pasar
desapercibidas, pero que desde mi punto de vista son el verdadero núcleo de la
caracterización interna del protagonista, y, por ello, una reflexión más
extensa acerca del “trinomio” soledad, sexo y deseo sobre el que se sostiene la historia.
En el minuto 46, justo antes de la cita con su compañera de
trabajo –Marianne-, vemos a Brandon Sullivan en la calle, de noche, mirando
hacia un edificio en donde se desarrolla una escena de sexo en la que una
mujer, apoyada contra el ventanal exterior de una habitación, es penetrada
desde atrás por un hombre al que apenas si podemos ver. A continuación, llega
al restaurante donde se ha citado con Marianne y, desde el primer momento, la
conversación que mantienen revela las enormes diferencias personales que
existen entre ellos, especialmente respecto al significado de las relaciones.
En el minuto 60, después de un primer amago de sexo con ella
en la oficina, Brandon decide llevarla al mismo hotel en el que vio a la pareja
haciéndolo contra el ventanal de la habitación. Pero una vez allí, es incapaz
de tener una erección. Se percibe que sus respectivas formas de excitarse son
completamente distintas, hasta el punto de que ella lo bloquea en dos o tres
ocasiones, intentando llevarlo a un ritmo distinto, más cercano, lo que acaba
en un desencuentro tras el que Marianne decide marcharse.
Finalmente, en el minuto 68, enlazada con la secuencia
anterior, vemos al personaje de Fassbender reproduciendo exactamente la imagen
que había visto desde el exterior, pero esta vez con una mujer distinta.
Toda la controversia interna de Brandon Sullivan que
reflejan estas secuencias gira en torno a la paradoja inherente a la imagen
pornográfica, que, a la vez que aviva nuestro deseo, activa nuestra libido y
nos mueve hacia el sexo, limita el propio deseo y lo condiciona, apresándolo de
tal forma que no puede extenderse más allá de la imagen que lo ha alentado. Nos
hace rehenes de su cumplimiento, de que lo que la realidad nos ofrezca para
saciarnos se corresponda exactamente con la expectativa generada. La escena a
la que el personaje de Fassbender asiste como mero espectador, justo antes de
la cena con su compañera de trabajo (con quien parece pretender aventurarse en
una relación que cambie su propia dinámica vital; o a eso apuntan los 40
minutos previos de película), provoca que, desde la misma cita, lo que aguarda
de ella haya quedado automáticamente condicionado, a su pesar, por esas
imágenes, y que su manera de intentar superar las evidentes diferencias vitales
que ambos percibieron en su conversación fuese, precisamente, por medio del
sexo y, más en concreto, por medio de la reproducción mimética de la escena,
aún fresca, del hotel.
Es entonces cuando, por el encadenamiento de las dos
secuencias siguientes, en las que se nos muestra el fracaso con Marianne ligado
al sexo con una mujer rubia justo en el mismo escenario, se nos desvela que no
se trata de un mero adicto al sexo, sino de una personalidad mucho más compleja
y retorcida que la caracterizada por esa etiqueta simplificadora.
El fracaso sexual con su compañera se debe a la convergencia
de dos factores que actúan de forma conjunta: la falta de correspondencia entre
el deseo y lo que ella le ofrece (incluida la carga sentimental que Marianne
introduce en el momento, que no intervenía en la escena a la que él había
asistido desde el otro lado de la ventana) y el bloqueo que ella manifiesta
ante la impotencia del personaje de Fassbender. Sutilmente, McQueen introduce,
junto al condicionamiento pornográfico y al bloqueo sentimental del
protagonista, la incapacidad de ella de dar una respuesta realmente activa a la
situación. Se limita a ampararse tras una frase tópica y falsamente comprensiva
y, en contradicción con lo que acaba de decir, a huir, en parte ofendida por lo
que está sucediendo, como si su papel fuese limitarse a responder a los estímulos
de Brandon, pero sin autonomía para llevar la iniciativa o asumir la
responsabilidad de compartirlo o intentar remediarlo. No es pues sólo que él se
haya visto atrapado por la estrechez de su deseo, sino que, del otro lado
tampoco es posible esperar una actitud capaz de enfrentarse con el problema.
Todo eso desaparece en el caso de la mujer rubia con la que lo vemos a
continuación reproducir la escena que deseaba, cumpliendo milimétricamente con
las exigencias de sus pulsiones, satisfecho, saciado al final e incluso
proyectándose, gracias a un plano tomado desde el mismo lugar desde el que él
había estado observando la noche anterior (que el director intercala con el
plano desde el interior de la habitación), hacia el exterior del momento,
poniéndose en la posición de quienes pudiesen verlos, como él había hecho
antes: participante y voyeur a la vez.
Así que la aparente ruptura de la relación que iniciaban no
se debe, en última instancia, a lo sucedido en la habitación del hotel, sino al
condicionamiento que la imagen de la escena real, pero tratada
pornográficamente, tuvo sobre Brandon, quien se ve atrapado entonces por un
círculo vicioso de deseo frustrado: la pornografía despierta su deseo; él
intenta satisfacerlo con Marianne, pero se encuentra con que lo que le ofrece
no responde a las expectativas que despertaron sus impulsos, así que la
excitación provocada se hunde ante la realidad de un “otro” que no comparte sus mismas motivaciones; eso lo
conduce al profundo hastío de una soledad incapaz de expandirse en una
sexualidad espontánea, abierta a lo que surja en cada momento; lo que lo lleva
de nuevo a la pornografía y a sus estrecheces.
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