Hace unos cuantos días, la prensa
informaba de que “EEUU exigirá más de 3.680 millones a S&P
[Standard&Poor’s] por inflar las calificaciones de activos… El Departamento de Justicia
presenta la demanda contra la agencia de calificación en el tribunal federal de
California por las altas notas que puso a los activos hipotecarios antes de la
crisis”. Según la información de El País (de 5 de febrero de 2013), “La Fiscalía acusa a S&P de un fraude que provocó pérdidas de más de
5.000 millones de dólares (3.700 millones de euros)… En la documentación
entregada por el Departamento de Justicia, se señala que ‘S&P sabía que si
esos activos de deuda no tenían una calificación lo suficientemente alta, la
mayoría de las instituciones financieras no habrían invertido en ellos’. Y le
acusa de engañar a los inversores al decir que la nota era objetiva,
independiente y sin conflictos de intereses. Todo eso era falso, según el
fiscal general… La Administración de Barack Obama insiste en que…, tras esa
calificación desorbitada, estaba el deseo de la filial de McGraw-Hill de
‘elevar los ingresos y su cuota’ en el mercado de la deuda hipotecaria.” Por su
parte, “Los abogados de la firma neoyorquina… recuerdan que su análisis de la
época coincidió con el de otras firmas y con el de la propia Reserva Federal y
del Tesoro”.
La noticia es interesante, en
especial si la analizamos a la luz de las tres interpretaciones acerca de la
crisis que expusimos en el post titulado Crisis, de 4 de febrero de 2013.
Según la tesis de Niño Becerra, tal y como él mismo ha aclarado en La carta de la Bolsa (jueves, 7 de febrero de 2013), esta demanda es en sí misma un absurdo porque “Tras el cataplum de la burbuja puntocom y con el modelo ya prácticamente agotado, había que poner en marcha algo que hiciese reanudar el crecimiento, pero de forma potente, exponencial, salvaje. Tenía que ser un procedimiento que catapultase las cifras de negocio hasta niveles nunca vistos, que generase en los mercados una orgía de transacciones que disparase los beneficios y ganancias y que extendiese hasta el último rincón la euforia. Y se encontró en forma de unos activos empaquetados en los que podía encontrarse absolutamente de todo, incluso la mierda más hedionda… Claro que para que esos activos circulasen tenían que cumplir dos condiciones: quienes los compraban (para volver a venderlos inmediatamente), 1) tenían que saber que eran seguros y 2) tenían que saber que eran valiosos. Fíjense en que no tenían que saber que eran buenos, eso a nadie le importaba un bledo. Para lo primero se rescató un instrumento de la Depresión usado por los ayuntamientos para colocar la escasa deuda que emitían: los CDSs; para lo segundo se utilizaron a las agencias de calificación… El papel de las agencias era muy simple: debían decir que algo que alguien vendía era valioso porque alguien que lo compraba precisaba saber que lo era ya que a continuación iba a vendérselo a otro, que a su vez precisaba saber que valía mucho porque quien se lo iba a comprar necesitaba saber que mucho valía. Si el activo empaquetado, valorado, vendido y comprado era en sí mismo valioso, o no, ¡A NADIE LE IMPORTABA!. Lo único importante era tener un papel en el que estuviesen impresas tres Aes. Na-da-más… El objetivo estaba en hacer negocio, porque el negocio era sinónimo de crecimiento, de auge, y todo el mundo quiso participar de aquel auge, y quien más quería que aquel auge continuase, continuase y continuase eran las mismas autoridades financieras y los mismísimos Gobiernos… Pienso que ese modo de hacer fue conocido, permitido, incluso animado por Gobiernos y Bancos Centrales, ¿por qué?, pues porque era el único modo de continuar creciendo, ¡el único!, y el mundo tenía que continuar yendo bien, y proceder de ese modo era el único modo de que continuase yendo bien… Si las agencias no hubiesen existido o hubiesen elaborado sus informes con extrema prudencia, parquedad y morigeración, el mundo no hubiese crecido como creció…”
En definitiva, ¿por qué perseguir
a las agencias de calificación por hacer aquello que se quiso que hicieran para
que el sistema funcionase?
Pues quizás por el cinismo (e
hipocresía –el propio Santiago Niño lo dice) que esta demanda supone si
seguimos la teoría expuesta en Inside Job.
Si, como el documental sostiene, las agencias de calificación estaban al
servicio de la entidades que operaban en los mercados de crédito y tanto estas
entidades como las calificadoras actuaban con la libertad que las propias
administraciones gubernamentales les habían ido dando por medio del proceso de
desregulación (y limitación de los mecanismos de control), ¿cómo es posible que
una administración que ha colocado al frente de la era postcrisis a los mismos
agentes implicados y causantes de dicha crisis presente ahora una demanda de
estas características? No sólo es paradójico, sino que, de acuerdo con la
lógica argumental de Charles Ferguson, o bien se trata de una mera cuestión de
imagen pública (un paso destinado a aparentar que el gobierno Obama intenta
perseguir a los causantes de la burbuja), o bien estamos ante un acto poco
menos que esquizoide.
Pero aún cabe otra explicación;
la que se podría inferir de la teoría expuesta por Comité invisible. Recordemos
aquella reveladora cita: “A partir de ahora resulta de notoriedad pública que
las situaciones de crisis son igualmente ocasiones que se ofrecen a la
dominación para que se reestructure”. Es decir, la demanda formaría parte de un
proceso de reconversión de las estructuras de poder. Es necesario prescindir de
determinadas herramientas, miembros gangrenados por el propio ejercicio del
poder, que ahora se cercenan. Y en este caso, quizás por su visibilidad, se
hace de forma pública, como mecanismo de catarsis y de aparente contrición.
Pero en el fondo no es más que una forma de supervivencia. Se prescinde de lo que
sobra a la vez que se crean las nuevas estructuras de dominación. Es más: sin
este proceso de liquidación de elementos amortizados por el uso, no sería
posible afrontar el subsiguiente proceso de adquisición o creación de nuevos
activos con los que continuar en posición de domino.
En
cualquier caso, la respuesta al porqué de esta demanda la obtendremos en un
futuro, cuando conozcamos el destino último de las agencias de calificación y
podamos analizar los demás cambios y consecuencias que se hayan derivado de la
crisis, y cuando podamos estudiar qué medidas se tomaron y hacia dónde nos
llevaron esas medidas.
El sistema financiero siempre pone y dispone a su antojo protegido por un sistema político servil.
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