jueves, 28 de febrero de 2013


El valle de los avasallados
El valle de los avasallados, de Réjean Ducharme, Ediciones Doctor Domaverso, 2009.

(Lee el post en la sección Lecturas o pinchado aquí)

martes, 19 de febrero de 2013

S&P


Hace unos cuantos días, la prensa informaba de que “EEUU exigirá más de 3.680 millones a S&P [Standard&Poor’s] por inflar las calificaciones de activos… El Departamento de Justicia presenta la demanda contra la agencia de calificación en el tribunal federal de California por las altas notas que puso a los activos hipotecarios antes de la crisis”. Según la información de El País (de 5 de febrero de 2013),  La Fiscalía acusa a S&P de un fraude que provocó pérdidas de más de 5.000 millones de dólares (3.700 millones de euros)… En la documentación entregada por el Departamento de Justicia, se señala que ‘S&P sabía que si esos activos de deuda no tenían una calificación lo suficientemente alta, la mayoría de las instituciones financieras no habrían invertido en ellos’. Y le acusa de engañar a los inversores al decir que la nota era objetiva, independiente y sin conflictos de intereses. Todo eso era falso, según el fiscal general… La Administración de Barack Obama insiste en que…, tras esa calificación desorbitada, estaba el deseo de la filial de McGraw-Hill de ‘elevar los ingresos y su cuota’ en el mercado de la deuda hipotecaria.” Por su parte, “Los abogados de la firma neoyorquina… recuerdan que su análisis de la época coincidió con el de otras firmas y con el de la propia Reserva Federal y del Tesoro”.
La noticia es interesante, en especial si la analizamos a la luz de las tres interpretaciones acerca de la crisis que expusimos en el post titulado Crisis, de 4 de febrero de 2013.

lunes, 11 de febrero de 2013

Lincoln, según Spielberg:


En contra de lo que pueda parecer, lo peor de una película como Lincoln no es el hecho de que la trama central que impulsa la acción sea casi un lugar común dentro del cine de Hollywood y de la producción televisiva americana; ni que una cinta de 149 minutos haya sido rellenada con escenas sostenidas únicamente por la recreación de la brillantez oratoria del presidente; ni, lo que suele ser aún peor, que Spielberg haya sido incapaz de abandonar el posicionamiento maniqueo e infantilizante de buenos frente a malos, en el que los primeros son inteligentes, brillantes y, a pesar de ciertas sombras, íntegros, mientras que sus antagonistas son mezquinos, perversos y limitados intelectualmente (diputados demócratas que se dejan comprar fácilmente; jefes del partido demócrata de oratoria mediocre, aunque arteros y con fuerza para coaccionar a sus colegas; y la actitud mendicante de los representantes del gobierno confederado –incoherente con la valentía casi medieval con la que rechazan la oferta de paz o rendición que Lincoln les ofrece); ni siquiera, finalmente, el uso de los manidos elementos narrativos con los que Spielberg reiteradamente estructura su punto de vista cinematográfico, como la presencia casi patológica de la mirada infantil en casi toda su filmografía (si no es una mirada ontológicamente infantil, es un punto de vista asimilado, como en War Horse), a modo de cruzada pro “todos los públicos” y de remisión al concepto de “inocencia”, tan asentado en lo más hondo de la cultura estadounidense. La supuesta pureza que representa la perspectiva del niño, más como arquetipo que como personaje con entidad propia, en la mayor parte de su cine, abre para el espectador, en especial el norteamericano, una puerta salvífica a su propia inocencia, dentro del contexto de la historia que se aborda en cada caso, por medio de la identificación con ese punto de vista limpio de culpa. Cuente lo que cuente, el espectador está a salvo de responsabilidad a través de ese personaje clave, así que la suciedad no puede alcanzarle: nada de lo que sucede se debe a sus actos.

lunes, 4 de febrero de 2013

Crisis



Intento comprender la crisis en que nos encontramos pero tengo la impresión de que me falta distancia, quizás (es sólo una intuición) porque lo que está sucediendo tiene una trascendencia mayor de la que pensamos y que sólo el tiempo desvelará. De momento estamos inmersos en un caos de palabras, frases y supuestas explicaciones que más bien son mensajes que operan en la realidad para obtener algún resultado concreto o en función de algo que supongo se entiende necesario según las circunstancias; otra cuestión es quién activa esos mensajes, con qué finalidad y según qué circunstancias (Sería largo hablar sobre esto). Pero lo cierto es que todo ese tejido de mensajes no tratan de clarificar nada, sino de hacer que la realidad de la que forman parte resulte de ellos. No nos aclaran dónde estamos, sino que operan hacia el futuro, y, en consecuencia, nos privan ya no sólo de una explicación -o de un relato-, sino también de la propia consciencia de carecer de ella: tomamos por explicación esos mensajes operativos. Las consecuencias de semejante confusión son fáciles de colegir (Lo sé: es difícil no preguntarse hasta qué punto cualquier teoría explicativa no sería en sí misma un artilugio con que actuar en la realidad. Pero esa es otra cuestión).
Tal vez para algunos las cosas estén algo más claras, si bien lo paradójico es que al mismo tiempo se contradigan o, al menos, no sean del todo coincidentes. De esto quiero escribir, en realidad, de las diferencias y similitudes entre lo que Santiago Niño Becerra expone en sus dos libros El crash del 2010 y Más allá del crash, lo que Comité invisible defiende en La insurrección que viene, y lo que el documental Inside Job –producido, escrito y dirigido por Charles Ferguson- pretende poner de manifiesto.