lunes, 11 de noviembre de 2013

Escribir o producir.

Ya he citado aquí, en otra ocasión, la Teoría de la novela, de Lukács, pero quiero recoger un par de frases concretas: “...pues la novela, a diferencia de otros géneros, posee un gemelo caricaturesco...: la novela de entretenimiento. Ésta posee todas la características externas de la novela, pero, en esencia … carece completamente de sentido”. Y un poco antes: “Entonces, el arte … no es una reproducción pues no existen modelos; es una totalidad creada...”. 

Leo ahora en Quimera un extracto del libro inédito La gran red, en el que Julián Ríos dice: “En la novela puramente comercial, industrial, se sigue un guión férreo y los personajes se adaptan a tal estereotipo o a tal otro: no hay aventura, incluso tratándose de una novela de aventuras. Aunque suelo ser maniático de los esquemas, de las preparaciones y de las notas, todo eso en el acto de la escritura va siendo cambiado paulatinamente, transformado, y esa metamorfosis, que puede ser del lenguaje, que puede ser de un mito, o que puede ser una meta a la que uno quiere llegar y que va retrocediendo, es lo que hace apasionante la escritura... es una tierra ignota que tengo que cartografíar... El lenguaje puede ser a veces una piel, pero es una piel elástica que nos envuelve, nos rodea, la oímos, pero al mismo tiempo es una forma que se adapta al fondo y puede llevarnos muy adentro, a tocar el fondo.”

En resumen, lo que expresa es que una novela narra mucho más que la historia que cuenta; que las palabras que se usan para contar una historia son mucho más que el significado básico que sirve para contar esa historia.

Borges explicaba (cuentan) que escribía relatos porque no encontraba sentido alguno a contar en 500 páginas lo que se podía resumir en 10. Borges se ahorraba los detalles que otros usan para rellenar cientos de páginas con las que justificar el precio del libro: horas de entretenimiento a bajo coste.

Hay un verso de Pound, poeta del que ya hemos hablado, que recuerdo cuando Ríos, en otra parte del extracto, dice que “En pintura, por ejemplo, cada día me interesa menos aquella en que no hay destreza manual”. Se trata de una de las múltiples asociaciones que Pound hace en Con Usura (The Cantos): “Con usura la línea se hincha”.

La novela se narra no sólo con las palabras que se usan para contar la historia que contiene, sino también en esas mismas palabras. De hecho, la historia en sí, el argumento que sostiene la novela, es lo que se cuenta para narrar lo que la novela dice, y por lo tanto es una parte del significado.
 
El problema es que tenemos la costumbre de limitar el lenguaje a la semántica, y olvidamos el resto:
1) Los signos que se han elegido tienen su propia génesis, biografía y connotaciones, y las incorporan al texto. “Recipiente” significa mucho más que sus definiciones (“1. adj. Que recibe. 2. m. Utensilio destinado a guardar o conservar algo. 3. m. Cavidad en que puede contenerse algo. 4. m. Vaso donde se reúne el líquido que destila un alambique. 5. m. Campana de vidrio o cristal que, colocada sobre la platina de la máquina neumática, cierra el espacio en que se hace el vacío. (DRAE))”.
2) Las palabras se relacionan entre ellas dentro del texto, más allá de las construcciones gramaticales, y crean resonancias, trazados internos, leitmotivs...
3) La estructura de las frases y la puntuación producen sus propios significados, no sólo eso que llaman estilo. Cada elección gramatical es una elección de significado. Así que el texto se amplifica y densifica por medio de esta arquitectura en apariencia sólo formal. Y, finalmente,
4) Los recursos peculiarmente literarios, los tropos, las creaciones y recursos narrativos, etc., actúan también como elementos significativos, tanto por su acción dentro del texto como por su propia historia genética.

En Canon Heterodoxo, Antonio Enrique hace una lectura de la literatura española que desmiente el supuesto realismo hegemónico de nuestra tradición. Bajo la apariencia de una literatura marcada por una mirada realista, se oculta una lectura heterodoxa en la que los libros que se consideran base de tal tradición albergan un sustrato de significados que se han incorporado a las distintas obras por medio de resortes y herramientas diferentes al significado semántico de las palabras. Especialmente, toda una tradición de pensamiento de raíz judía que hubo de ser disimulada a causa de la Inquisición y del Edicto de Granada (de expulsión de los judíos) de 1492.

Por su parte, en Pierre Menard, autor del Quijote, Borges cuenta que “Es una revelación cotejar el don Quijote de Menard con el de Cervantes. Éste, por ejemplo, escribió (Don Quijote, primera parte, noveno capítulo): '… la verdad, cuya madre es la historia, émula del tiempo, depósito de las acciones, testigo de lo pasado, ejemplo y aviso de lo presente, advertencias del por venir.' Redactada en el siglo diecisiete, redactada por el <<ingenio lego>> Cervantes, esa enumeración es un mero elogio retórico de la historia. Menard, en cambio, escribe: '… la verdad, cuya madre es la historia, émula del tiempo, depósito de las acciones, testigo de lo pasado, ejemplo y aviso de lo presente, advertencias del por venir.' La historia, madre de la verdad; la idea es asombrosa. Menard, contemporáneo de William James, no define la historia como una indagación de la realidad sino como su origen...”

Lo que Borges expresa es que han cambiado la biografía y el contexto de la novela, es decir:
1) La carga de significado de cada palabra se ha modificado durante el tiempo que media entre ambos libros.
2) El contexto textual en el que se inserta el Quijote de Menard (lo que denominaríamos la tradición literaria de la que forma parte) también se ha modificado, incluyendo la existencia previa del Quijote de Cervantes. Y
3) También ha cambiado el contexto externo al texto: la realidad extratextual con la que ha de relacionarse es diferente cuando Menard escribe su libro.
En conjunto, las formalmente mismas frases ya no pueden leerse de la misma manera, ya no significan lo mismo.

En tan poco espacio no es posible ahondar en todo esto, ni explicar el resto de “cosas” que afectan al texto, pero creo que no es necesario insistir más en que hay una gran diferencia entre producir una (mal llamada) novela y escribir una novela. Esto último exige al menos manejar y entremezclar todos esos niveles de significado. Al lector, por su parte, se le exige el esfuerzo de completar la obra con su lectura.

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